Venecia se conmueve con cintas LGBT+ – El Sol de Toluca

El Festival de Venecia se conmovió hace unos días con Monica, la historia de una transexual en busca de perdón, aceptación, segundas oportunidades y derechos, con la que el italiano Andrea Pallaoro busca conquistar el León de Oro de esta edición.

“Mónica es una mujer que perdona, una heroína moderna que consigue rendir cuentas con los traumas y las heridas de su pasado”, resumió en la rueda de prensa su director, recibido con aplausos.

La cinta, protagonizada por la actriz estadounidense Trace Lysette, es la segunda parte de una trilogía sobre el abandono y el rechazo que Pallaoro inició con Hannah (2017), que supuso la Copa Volpi a mejor actriz a Charlotte Rampling en el certamen veneciano.

Rodada en un formato cuadrado para priorizar el personaje sobre el contexto, se trata de un retrato íntimo de una mujer transexual de Estados Unidos que regresa a la casa que la rechazó para cuidar ahora de su madre enferma, interpretada por Patricia Clarkson.

Su llegada al que en un momento fue su hogar y el reencuentro con sus familiares, también heridos por sus propias circunstancias, la empuja a emprender un camino por su propio dolor y temores.

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Y es que, mientras Hannah, la protagonista de la primera parte de esta trilogía, sufría un colapso psicológico, Mónica sigue un proceso inverso, creciendo hasta ser capaz de perdonar, sacudirse las afrentas del pasado y recosiendo sus propias desilusiones.

“Está claro que yo mismo estoy dentro de estos personajes”, sostuvo el realizador de la película, que cuenta entre su reparto con la mexicana Adriana Barraza.

Trace Lysette recibió el guión en diciembre de 2016 en seguida le pareció “hermoso” porque sitúa en el centro de la trama a un personaje transexual y explora sentimientos que ella misma vivió.

“Es raro encontrar un guión centrado en un personaje trans. En la película todo se ve desde su lente, es su mundo (…) Normalmente los personajes transexuales son un vehículo para contar la historia de otro y este es para contar la suya”, agradeció.

Un colombiano en Venecia

Unos días después de Monica, el colombiano Theo Montoya también estrenó aquí su primer largometraje, ANHELL69, una historia oscura, “trans, sin límites o géneros” que disecciona los anhelos de su propia generación, mientras un carro fúnebre recorre las calles de su Medellín natal y los refugios de su mundo LGBT+.

“La película es muy personal, habla de mi universo, habla de mis amigos y quería que a través de ellos se entendiera algo que está pasando en mi ciudad, en Colombia y creo que en muchas partes del mundo”, explica el joven realizador en la Mostra veneciana.

Montoya compitió en la Semana Internacional de la Crítica, sección paralela del festival italiano, con este que es su debut en el largo tras pasar por Cannes hace dos años con su corto Son of Sodom, título que lleva tatuado en su pierna izquierda.

Se trata de una obra experimental en la que cabe todo, que evoca noches eternas de drogas y música electrónica en los bajos fondos de una Medellín existencialista, una “ciudad fantasma” a veces dura y conservadora, pero también joven, transgresora y violenta.

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No en vano, un joven director narra con parsimonia su pasado en sus calles mientras ultima la preparación de su primera película sobre un mundo en el que los “maricas” buscan fantasmas en las sombras de la noche para tener sexo con ellos: son los “espectrofílicos”.

De este modo, la joven y críptica comunidad LGBT+ de Medellín, de la que forman parte muchos de los amigos del propio autor de la obra, aparece retratada para ahondar en sus sueños, dudas y temores.

“Más que una película es una canción, un mix, porque antes de empezar a hacer cine siempre me interesó la música electrónica y quería ser DJ”, sostiene el cineasta en el Lido veneciano.

Pero también es un homenaje a los nombres que le inspiraron, como Víctor Gaviria, Carlos Mayolo y Luis Ospina, exponentes del “gótico tropical”, Harmony Korine, Abbas Kiarostami, Jean-Luc Godard -sobre todo por “Pierrot le Fou” (1965)- y hasta la movida madrileña de Pedro Almodóvar.

“Cada escena estaba inspirada en algún director”, reconoce.

A pesar de su juventud, ya ha pasado por Cannes y la Mostra, dos de los festivales de cine más potentes del planeta, pero no se atreve a vaticinar su futuro artístico y bromea con dejar el cine y dedicarse a actividades más prosaicas y seguramente menos legales.

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